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Monumento a Salvador Rueda

Monumento a Salvador Rueda

El monumento en honor al poeta y periodista malagueño Salvador Rueda Santos se encuentra situado en una glorieta del Parque de Málaga, muy cerca de la Plaza de La Marina.

Se trata de un obelisco de estilo «art decó», con forma de piramide cuadrangular truncada, obra del escultor malagueño Francisco Palma García.

El obelisco presenta en la cara oeste un bajorrelieve que muestra la cara del poeta con las facciones muy marcadas, expresión airada y cabello alborotado, transmitiendo una sensación de fuerza interior que lucha por salir.

Bajo este bajorrelieve se encuentra esta leyenda: «El poeta de la raza, Salvador Rueda, 1931».

El obelisco está coronado por un águila con las alas extendidas, obra de Adrián Risueño, que fue añadida posteriormente.

Se inauguró en 1931, dos años antes de su fallecimiento.


Salvador Rueda Santos

Salvador Rueda Santos (1857​-1933) es un periodista y poeta malagueño que creó una estética literaria de tipo parnasiano denominada «colorismo» que le hizo precursor español del modernismo hispanoamericano.

Escritor muy prolífico, es autor de novelas, relatos costumbristas de ambiente andaluz, obras teatrales y poesía.


A Málaga

Salvador Rueda

Málaga es inglesa y mora
a la vez que es andaluza;
Guadalmedina la cruza
y el Puerto la condecora;
Gibralfaro la avalora
y la Caleta sin par;
la emblanquece su azahar
y la dora su alegría;
en su torre se abre el día
y a sus pies se rompe el mar.

Esa es Málaga la bella
paraíso en que nací;
entre sus luces viví
y mi ser formose en ella.
Dios quiso al crear mi estrella
darme la vida en su ambiente,
y llevo fijo en mi mente
su nombre que tanto quiero,
cual si llevara un lucero
en la mitad de la frente.

Allá van sus pescadores
con los oscuros bombachos
columpiando los cenachos
con los brazos cimbradores.
Del pregón a los clamores
hinchan la venas del cuello;
y en cada pescado bello
se ve una escama distinta,
en cada escama una tinta
y en cada tinta un destello.

Clavadas en penca verde
van las «biznagas» fragantes,
cuyas esencias flotantes
la brisa en sus ondas pierde.
No hay alma que no recuerde
de esa flor el movimiento;
la mujer mueve al son lento
la penca con sus olores,
la penca mueve las flores
y los jazmines el viento.

Ved allá la bailarina
con sus vueltas caprichosas;
sus pies, cual dos mariposas,
en raudos juegos combina.
Parece en la gasa fina
una espiral de arrebol,
un flotante caracol,
una sierpe que circula,
y un remolino que ondula
como una tromba de sol.

Acá y allá entremezclados
se oyen pregones a miles
con sus gorgeos gentiles
con música combinados.
Llena los aires dorados
un concertante sonoro,
y la ciudad canta a coro
su malagueña fermata,
por mil registros de plata
y mil registros de oro.

El lenguaje alegre y fresco
cual leve cinta se enreda
lo mismo que hacerlo pueda
el más flexible arabesco.
Es un hablar pintoresco
todo calados y cruces.
¡Abalorios andaluces
hechos de escalas distintas,
que a veces rompen en tintas,
y a veces rompen en luces!

Oíd también su guitarra:
ella es la musa española
con su seno de manola
y su cintura de jarra.
Bajo el verdor de la parra
da a la brisa este cantar:
Llevo en el alma un pesar
del que tengo que morir;
ni se quita con reír,
ni se quita con llorar.

La enredadera guarnece
la reja, de que es esclava,
donde «se pela la pava»
hasta que el día amanece.
Detrás un rostro florece
sembrado de maravillas;
estalla un beso a hurtadillas,
y cual señal de victoria,
repica tocando a gloria
el cerco de campanillas.

Ved su catedral triunfante:
¡qué proporciones severas!
¡Que columnas cual palmeras
y qué cúpula sonante!
Rasgan la mole gigante
largos vidrios de colores
con polícromos primores
y cien figuras cautivas,
que parecen por lo vivas
hechas con sangre de flores.

Su esplendorosa Caleta
la ve mi mente ilusoria
cual calle real de la gloria
al borde del mar sujeta.
Ni el más brillante poeta
pudiera hacer su pintura:
cantara su arquitectura
y sus estilos diversos;
¡mas no el mar, porque no hay verso
para tan grande hermosura!

Entre cajas en hileras
que las prenden como franjas,
ved envolviendo naranjas
a las lindas faeneras.
De amar les salen ojeras,
y tienen en su hermosura,
de las pasas, la dulzura;
de los chumbos, lo punzante;
del plátano, lo arrogante;
y del limón, la frescura.

Málaga ciñe a sus sienes
uvas por claros rubíes,
parrales y marbellíes
y tempranas y lairenes.
Las montúas y jaenes
le forman regios collares;
sus zarcillos singulares
son moscateles severas,
y brillan en sus pulseras
largas, tintas y mollares.

La infernal algarabía
de las burbujas de aceite
brinda al olfato deleite
en la alegre freiduría.
Con hervidora armonía
crujen sobre la fogata
salmonetes de escarlata,
lisas de azules colores,
brecas de cien resplandores,
y boquerones de plata.

Tiene una copla y un vino
con que se canta y se sueña;
la copla es la malagueña,
y el vino, un vino divino.
Mientras una lanza el trino,
otro derrama sus gotas;
ella vierte escalas rotas
y él destellos andaluces;
él emborracha con luces
y ella emborracha con notas.

Ved su parque, maravilla
de luz, colores y esencias,
que no lo tienen Valencia
ni Granada, ni Sevilla.
Enrejados de mantilla
semejan sus divisiones,
y sus vivas variaciones
me recuerdan los matices
de los pérsicos tapices
y los chinescos mantones.

Ved su ambiente ¡qué alegría!
ved su Puerto ¡qué grandeza!
ved sus campos ¡qué belleza!
ved su cielo ¡qué poesía!
ved sus aves ¡qué armonía!
ved sus calles ¡qué graciosas!
ved sus jardines ¡qué rosas!
ved sus coplas ¡qué ternura!
ved sus hombres ¡qué bravura!
ved sus mujeres ¡qué hermosas!

Así es Málaga la mora
y la inglesa y la andaluza;
Guadalmedina la cruza
y el Puerto la condecora.
Gibralfaro la avalora
y la Caleta sin par;
la emblanquece su azahar
y la dora su alegría;
en su torre se abre el día
y a sus pies se rompe el mar.


Monumento a Salvador Rueda


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