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Estatua de Hans Christian Andersen

Estatua de Hans Christian Andersen

La escultura de bronce de Hans Christian Andersen, situada en la calle Ancla, representa al escritor sentado en un banco, en actitud relajada, con un maletín del que sobresale una reproducción de «El patito feo», uno de sus cuentos más universales. El conjunto escultórico invita a acercarse y compartir asiento con el escritor, con admiración y respeto por su obra, recordando que fue uno de los primeros viajeros cultos del siglo XIX.

Es obra del escultor José María Córdoba, por encargo de la Casa Real Danesa, y fue inaugurada en 2005 por la princesa Bendikte de Dinamarca, con motivo de la conmemoración del bicentenario del nacimiento del escritor.

Hans Christian Andersen estuvo en Málaga, alrededor de quince días, en octubre de 1862 y quedó fascinado por la belleza de Málaga, por el mar, su luz y sus gentes.
En su libro, publicado en 1863, «Viaje por España» Andersen dice de Málaga que «en ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso y tan a gusto como en Málaga».

La escultura de Andersen mira hacia la Alameda porque durante su estancia en Málaga se hospedó en la Fonda de Oriente, situada en el número 8 de la Alameda Principal. El edificio aún existe y en la entrada del edificio hay una placa que recuerda la estancia del escritor, donada por la colonia danesa de Málaga.


Mosaico dedicado a Hans Christian Andersen

Mosaico dedicado a Andersen en la entrada del edificio número 8 de la Alameda.


La Fonda de Oriente

En su libro «Viaje por España» Andersen muestra su alegría porque en Málaga se encontraba como en casa cuando volvió de visitar Granada: «Irrumpió el sol; el mar se extendía brillante y azul, las blancas casas de chatos tejados, la imponente catedral de Málaga y la elevada fortaleza mora recortábanse contra el mar y el cielo. Era como regresar a casa: todo nos resultaba conocido y en el hotel nos recibieron como a viejos amigos».

El hotel al que se refiere es la Fonda de Oriente y su habitación daba a la Alameda Principal. Su vista desde el balcón de su habitación la describió de la siguiente manera: «Nuestro balcón daba a la frondosa Alameda, por la que transcurrían una multitud de transeúntes. Por allí paseaban beduinos de pies descalzos, vestidos con sus albornoces blancos; judíos africanos con largos y abigarrados caftanes; españolas con sus favorecidas mantillas negras; mujeres con mantones de colorines; señoritos elegantes, a pie o a caballo; labriegos y cargadores; todo era vida y animación. Un toldo de lona daba sombra al balcón donde estábamos sentados contemplando a la muchedumbre de la Alameda, y el puerto con el mar al fondo... ¡Aquí se estaba francamente bien! Al ocultarse el sol, la tarde cobró renovada animación... Las luces de los faroles alumbraron antes de que se desvaneciese la del día; al poco brillaron las estrellas. Allá abajo, iba la marea humana en aumento, la gente paseaba por debajo de los árboles, por la simple arena; otros paseaban presto en coche o a caballo. Una banda de música tocaba algo de «Norma» (Ópera de Bellini). El pensamiento se hacía poesía en la hermosa noche meridional».

La Fonda de Oriente, inaugurada en 1845 por el suizo Carlos Brunetti y el francés Pedro Gassend, era uno de los establecimientos hoteleros de más calidad en ese momento. Estuvo situada en el número 11 de la Alameda y años después, se trasladó al número 8, al edificio que había pertenecido a la Comandancia de la Marina.

Su decoración era de estilo francés y los empleados, algunos de nacionalidad francesa y alemana, estaban altamente cualificados. Andersen dijo de su alojamiento que el hotel estaba «bien situado», sus empleados «hablaban español, francés y alemán» e incluso servía cerveza inglesa.

La Fonda de Oriente cerró sus puertas en 1878.


Sobre Málaga Hans Christian Andersen escribió lo siguiente:

«En ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso y tan a gusto como en Málaga. Un propio modo de vivir, la naturaleza, el mar abierto, todo cuanto para mí es vital e imprescindible lo hallé aquí; y algo todavía más importante: gente amable... en ningún sitio me encontré como en Málaga... no llegué a sentirme en un país extranjero.

No me refiero solamente a compatriotas o a personas que tuvieran alguna relación directa con mi país; todos los españoles que conocí aquí se mostraron muy amables y detallistas conmigo. El ambiente de fiesta reinaba por doquier; uno se sentía rejuvenecido con el sol y la naturaleza exuberante del sur de España.

Todo el mundo parecía estar de excelente humor, como si la vida solo les mostrase su cara luminosa; la alegría y la juventud reinaban en todas partes. Málaga, hermosa ciudad, aquí me siento como en casa, pensaba yo jubiloso»
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